1.
Muchos colores me persiguen. Por alguna razón yo estoy en blanco y negro. Se me hace imposible creer que con mis reales habilidades físicas sea capaz de escapar, sin embargo no me alcanzan. Parece una carrera eterna de velocidades idénticas. Jamás lograre huir. Jamás lograran teñirme. Me pregunto por qué no quiero ser pintado, pero solo escucho eco. Los colores viajan, como un misil, como un láser, primero como una flecha, que se ha ensanchando hasta copar todo el fondo. Ahora ya no parece una línea, sino un plano. En lo imposible de la carrera concluyo su estupidez, su infinitud improductible, señal más que suficiente para sospechar que el fin esta cerca. El camino desaparece, me encuentro ante un barranco, saltar o ser manchado. Por el impulso de la carrera el salto es amplísimo, la caída abismal, los colores van tiñendo todo el fondo a su paso, se asemeja a una catarata voraz. Me sostengo de una pluma gigante, una pluma con una gota de tinta en su punta de metal, una pluma negra con un detalle metálico plateado. Me aferro y bajo como girando sobre su eje, hasta su base. Un sombrero de copa, que al parecer se me había caído en toda la travesía cae elegantemente sobre mi cabeza. Los colores me invaden. Me pregunto ¿Será realmente que estaba huyendo?
2.
Estoy en un mercado, no se conoce el cemento en esa región. El polvo que se levanta al paso de los animales tristes le da al ambiente un punto nostálgico, como un recuerdo mal grabado, como un recuerdo no pasado. El fuerte sol golpea en nuestras espaldas, cansa más a lo animales y a su pesada carga y nos da la lógica sensación de dudar sobre todo aquello que vemos, pues lo creemos acaso espejismos, acaso algo muerto.
Esos reflejos de sol me guían a uno de los puestos en el mercado. Las altas columnas de madera sosteniendo aquella colorida tela rayada y llena de polvo le da un aspecto de salvación, sobre todo ante este sol incansable. Al entrar me encuentro con columnas de cajas, con muros de cajas, con cubos de cajas. Cajas y cajas por doquier. El sonido de mis pasos alerta a la tendera, una mujer joven, de anteojos, bella como las vírgenes de la india. Parece saber lo que necesito antes de pedírselo, me mira entre asombrada y alegre y se vuelve a meter entre las cajas, estas se van desordenando poco a poco a su paso, como tierra que se abre cuando una raíz busca salir a la vida. Aparece con su sonrisa amplísima, con una caja de cartón, con la nariz empolvada. Lo que sostengo continuación es un sombrero de copa, elaborado con una suerte de innumerables paños viejos, de colores terrosos que le dan al sombrero un aspecto antiquísimo y un color muy cercano al más neutro negro. Su mirada, como agradecida, me conmueve. Hace señas que me invitan a probármelo.
- ¡Bienvenido, hombre con sombrero!
- ¡Bienvenido! - repito, esperado alguna clase de magia.
Se me acerca con aquel rostro tan pícaro que me encanta.
- El Bienvenido eres tú.
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Así fue como paso de un simple sueño a un personaje interior. En los otros sueños el hombre va madurando, va haciendose su propia vida e identidad, separandose de mi. Ahora tiene entre 40 y 50 años, es un tipo bonachon, con un sombrero de copa y una maleta llena de cuentos. Historias que se le escapan y se van volando. A él ya no le importa, esta rendido, como si huebiera sido derrotado.
Entonces ¿Para qué presentarlo? ¿Para qué sacarlo de mi interior, donde se encuentra seguro? Tengo la impresion de que mi papel en todo esto es redimirlo. Salvarlo de un futuro que aun no pasa, redimirlo es su pasado que aun no es. O por lo menos darle una oportunidad.
Es por ello que me retiro y los dejo con el del sombrero.
¡Bienvenido!
asyr!